domingo, 12 de junio de 2011

La señorita Tristeza

Daria, la señorita Tristeza,  no podía vivir sin el espejo que llevaba en su cartera. Era como Narciso en el lago, no podía apartarse de su reflejo. Aquella joven era hermosa por dentro y por fuera, pero siempre buscaba ser perfecta. Cada mínimo error o detalle fuera de lugar antecedían a horas de llanto encerrada en su cuarto. Una vez me contó que le hubiese encantado exteriorizar su sufrimiento, pero que no podía por miedo a ser juzgada y tratada de estúpida por preocuparse por "cosas sin sentido". Así fue como se calló y cada angustia representaba un kilo más que se posesionaba por bajar.
Sin embargo, Daria no sólo se preocupaba por su aspecto físico sino por su rendimiento intelectual. Amaba cantar  pero siempre era a la que más le costaba afinar una nota, amaba escribir pero jamás logro redactar un párrafo coherente, amaba ser tenida en cuenta por la gente pero estos simplemente la ignoraban. Y otras cosas más. Era la peor en absolutamente todo lo que le gusta hacer, no era mala, era la peor.
Daria se había cansado de vivir en al pasividad. Quería moverse, ser activa luchar por lo que quería, pero siempre fue más fácil llorar hasta altas horas de la noche sobre lo mala que era en absolutamente todo. Qué estúpida no?
El otro día me contó que una vez un chico que no la conocía mucho se enamoró de ella. Jamás pudo entender porqué ese muchacho la amaba. La cuestión fue que ella estaba dispuesta a corresponderle, sin embargo le contestó lo siguiente: " No podemos estar juntos. Porque sólo conoces mi faceta alegre y cuando realmente te des cuenta de que soy una persona con muchos problemas internos y bastante complicada me vas a dejar. Yo no quiero salir lastimada".
Sabiamente, el joven le contestó que no podía pretender que nadie la aceptara hasta que ella no se acepte tal cual es. Esa nube de incertidumbre y negatividad no la dejaba ver su verdadera esencia y sólo podía apreciar sus defectos exageradamente.
En ese instante comprendió que se odiaba y que cada vez que se reflejaba en el pequeño espejito de su cartera no era para comprobar lo bella o no que estaba sino para ver como podía disimular lo horrorosa que se sentía.
Pocos días después fue por primera vez al psicólogo. Luego de cuatro años de terapia su psicóloga le reveló que no había solución, que dependía de ella y que ya no había más que analizar o hacer en relación a su propia percepción. Toda su vida iba a convivir con su baja autoestima.
La última vez que la vi, en la verdulería de Carlos, se animó a confesarme que su sobre exigencia era ficticia, que LO QUE MÁS DESEABA EN LA VIDA NO ERA DESTACAR O SER LA MEJOR . ELLA QUERÍA ACEPTARSE EN SU MEDIOCRIDAD.
Así de sencillo quería poder decir "estoy aprendiendo" o "me falta pero voy progresando".
Me quedé tan atónita que compré diez kilos de papas y 15 de tomates. Tenía razón, no había necesidad alguna de integrar las filas de aquellos pocos exitosos que están tocados por una varita mágica. Uno debe saberse distinto y hasta cierto punto inferior a otros para tratar de mejorar dentro de sus posibilidades sin sobre-exigirse. Uno tiene que quererse en su mediocridad.
Daria me enseñó una lección invaluable. También aprendí que es muy fácil decirlo y darse cuenta pero que es muy difícil llevarlo a cabo e ignorar los prejuicios que tengo encima.  

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