jueves, 16 de junio de 2011

La terrible sinceridad

Leí esto en el momento justo. Se me ocurrió prestarle atención a los cuadritos que adornan las paredes de mi facultad y no pude evitar sentir que ese hombre tenía razón.
Gracias Roberto Arlt por esta terrible sinceridad



Roberto Arlt
de Aguafuertes porteñas.





Me escribe un lector: "Le ruego me conteste, muy seriamente, de qué forma debe uno vivir para ser feliz".Estimado señor: Si yo pudiera contestarle, seria o humorísticamente, de qué modo debe vivirse para ser feliz, en vez de estar pergueñando notas, sería, quizá, el hombre más rico de la tierra, vendiendo, únicamente a diez centavos, la fórmula para vivir dichoso. Ya ve qué disparate me pregunta.
Creo que hay una forma de vivir en relación con los semejantes y consigo mismo, que si no concede la felicidad, le proporciona al individuo que la practica una especie de poder mágico de dominio sobre sus semejantes: es la sinceridad.
Ser sincero con todos , y más todavía consigo mismo, aunque se perjudique. Aunque se rompa el alma contra el obstáculo. Aunque se quede sólo, aislado y sangrando. Esta no es una fórmula para vivir feliz; creo que no pero sí lo es para tener fuerzas y examinar el contenido de la vida, cuyas apariencias nos marean y engañan de continuo.
No mire lo que hacen los demás. No se le importe un pepino de lo que opine el prójimo. Sea usted, usted mismo sobre todas las cosas, sobre el bien y el mal, sobre el placer y sobre el dolor, sobre la vida y la muerte. Usted y usted. Nada más. Y será fuerte como un demonio entonces. Fuerte a pesar de todos y contra todos. No importe que la pena lo haga dar de cabeza contra la pared. Interróguese siempre, en el peor minuto de su vida, lo siguiente:
-¿Soy sincero conmigo mismo?
Y si el corazón le dice que sí, y tiene que tirarse a un pozo, tírese con confianza. Siendo sincero no se va a matar. Esté segurísimo de eso. No se va a matar, porque no se puede matar. La vida, la misteriosa vida que rige nuestra existencia, impedirá que usted se mate tirándose al pozo. La vida, providencialmente, colocará, un metro antes de que usted llegue al fondo, un clavo donde se engancharán sus ropas, y ... usted se salvará.
Me dirá usted: "¿Y si los otros no comprenden que soy sincero?" ¡Qué se le importa a usted de los otros! La tierra y la vida tienen tantos caminos con alturas distintas, que nadie puede ver a más distancia de la que dan sus ojos. Aunque se suba a una montaña, no verá un centímetro más lejos de lo que le permita su vista. Pero, escúcheme bien: el día que los que lo rodean se den cuenta de que usted va por un camino no trillado, pero que marcha guiado por la sinceridad, ese día lo mirarán con asombro, luego con curiosidad. Y ese día en que usted, con la fuerza de su sinceridad, les demuestre cuántos poderes tiene entre sus manos, ese día serán sus esclavos espiritualmente, créalo.
Me dirá usted: "¿Y si me equivoco?". No tiene importancia. Uno se equivoca cuando tiene que equivocarse. Ni un minuto antes ni un minuto después. ¿Por qué? Porque así lo ha dispuesta la vida, que es esa fuerza misteriosa. Si usted se ha equivocado sinceramente, lo perdonarán. O no lo perdonarán. Interesa poco. Usted sigue su camino. Contra viento y marea. Contra todos, si es necesario ir contra todos. Y créame llegará un momento en que usted se sentirá más fuerte, que la vida y la muerte se convertirán en dos juguetes entre sus manos. Así, como suena. Vida. Muerte. Usted va a mirar esa taba que tiene tal reverso, y de una patada la va a tirar lejos de usted. ¿Qué se le importan los nombres, si usted, con su fuerza, está más allá de los nombres?
La sinceridad tiene un doble fondo curioso. No modifica la naturaleza intrínseca del que la practica, y sí le concede una especie de doble vista, sensibilidad curiosa, y que le permite percibir la mentira, y no sólo la mentira, sino los sentimientos del que está a su lado.
Hay una frase de Goethe, respecto de este estado, que vale un Perú. Dice:
"Tú que me has metido en este dédalo, tú me sacarás de él"
Es lo que anteriormente le decía.
La sinceridad provoca en el que la practica lealmente, una serie de fuerzas violentas. estas fuerzas sólo se muestran cuando tiene que producirse eso de: "Tú que me has metido en este dédalo, tú me sacarás". Y si usted es sincero, va a percibir la voz de estas fuerzas. Ellas lo arrastrarán, quizá, a ejecutar actos absurdos. No importa. Usted los realiza. ¿Que se quedará sangrando? ¡Y es claro! Todo cuesta en esta tierra. La vida no regala nada, absolutamente. Todo hay que comprarlo con libras de carne y sangre.
Y de pronto, descubrirá algo que no es la felicidad, sino un equivalente a ella. La emoción. La terrible emoción de jugarse la piel y la felicidad. No en el naipe, sino convirtiéndose usted en una especie de emocionado naipe humano que busca la felicidad, desesperadamente, mediante las combinaciones más extraordinarias, más inesperadas. ¿O qué se cree usted? ¿Que es uno de esos multimillonarios norteamericanos, ayer vendedores de diarios, más tarde carboneros, luego dueños de circo, y sucesivamente periodistas, vendedores de automóviles, hasta que un golpe de fortuna los sitúa en el lugar en que inevitablemente debía estar?
Esos hombres se convirtieron en multimillonarios porque querían ser eso. Con eso sabían que realizaban la felicidad de su vida. Pero piense usted en todo lo que se jugaron para ser felices. Y mientras no se producía lo efectivo, la emoción, que derivaba de cada jugada, los hacía más fuertes. ¿Se da cuenta?
Vea amigo: hágase una base de sinceridad, y sobre esa cuerda floja o tensa, cruce el abismo de la vida, con su verdad en la mano, y va a triunfar. No hay nadie, absolutamente nadie, que pueda hacerlo caer. Y hasta los que hoy le tiran piedras, se acercarán mañana a usted para sonreírle tímidamente. Créalo, amigo: un hombre sincero es tan fuerte que sólo él puede reírse y apiadarse de todo.

domingo, 12 de junio de 2011

La señorita Tristeza

Daria, la señorita Tristeza,  no podía vivir sin el espejo que llevaba en su cartera. Era como Narciso en el lago, no podía apartarse de su reflejo. Aquella joven era hermosa por dentro y por fuera, pero siempre buscaba ser perfecta. Cada mínimo error o detalle fuera de lugar antecedían a horas de llanto encerrada en su cuarto. Una vez me contó que le hubiese encantado exteriorizar su sufrimiento, pero que no podía por miedo a ser juzgada y tratada de estúpida por preocuparse por "cosas sin sentido". Así fue como se calló y cada angustia representaba un kilo más que se posesionaba por bajar.
Sin embargo, Daria no sólo se preocupaba por su aspecto físico sino por su rendimiento intelectual. Amaba cantar  pero siempre era a la que más le costaba afinar una nota, amaba escribir pero jamás logro redactar un párrafo coherente, amaba ser tenida en cuenta por la gente pero estos simplemente la ignoraban. Y otras cosas más. Era la peor en absolutamente todo lo que le gusta hacer, no era mala, era la peor.
Daria se había cansado de vivir en al pasividad. Quería moverse, ser activa luchar por lo que quería, pero siempre fue más fácil llorar hasta altas horas de la noche sobre lo mala que era en absolutamente todo. Qué estúpida no?
El otro día me contó que una vez un chico que no la conocía mucho se enamoró de ella. Jamás pudo entender porqué ese muchacho la amaba. La cuestión fue que ella estaba dispuesta a corresponderle, sin embargo le contestó lo siguiente: " No podemos estar juntos. Porque sólo conoces mi faceta alegre y cuando realmente te des cuenta de que soy una persona con muchos problemas internos y bastante complicada me vas a dejar. Yo no quiero salir lastimada".
Sabiamente, el joven le contestó que no podía pretender que nadie la aceptara hasta que ella no se acepte tal cual es. Esa nube de incertidumbre y negatividad no la dejaba ver su verdadera esencia y sólo podía apreciar sus defectos exageradamente.
En ese instante comprendió que se odiaba y que cada vez que se reflejaba en el pequeño espejito de su cartera no era para comprobar lo bella o no que estaba sino para ver como podía disimular lo horrorosa que se sentía.
Pocos días después fue por primera vez al psicólogo. Luego de cuatro años de terapia su psicóloga le reveló que no había solución, que dependía de ella y que ya no había más que analizar o hacer en relación a su propia percepción. Toda su vida iba a convivir con su baja autoestima.
La última vez que la vi, en la verdulería de Carlos, se animó a confesarme que su sobre exigencia era ficticia, que LO QUE MÁS DESEABA EN LA VIDA NO ERA DESTACAR O SER LA MEJOR . ELLA QUERÍA ACEPTARSE EN SU MEDIOCRIDAD.
Así de sencillo quería poder decir "estoy aprendiendo" o "me falta pero voy progresando".
Me quedé tan atónita que compré diez kilos de papas y 15 de tomates. Tenía razón, no había necesidad alguna de integrar las filas de aquellos pocos exitosos que están tocados por una varita mágica. Uno debe saberse distinto y hasta cierto punto inferior a otros para tratar de mejorar dentro de sus posibilidades sin sobre-exigirse. Uno tiene que quererse en su mediocridad.
Daria me enseñó una lección invaluable. También aprendí que es muy fácil decirlo y darse cuenta pero que es muy difícil llevarlo a cabo e ignorar los prejuicios que tengo encima.